El largo encierro en Vincennes


Retrato imaginado de Sade
durante su encierro en Vincennes.
En el transcurso de los sesenta y cinco días que he pasado aquí solo he respirado aire puro y fresco en cinco ocasiones, durante no más de una hora cada vez, en una especie de cementerio de unos cuatro metros cuadrados rodeado de murallas de más de quince metros de altura.  El hombre que me trae la comida me hace compañía unos diez o doce minutos al día. El resto del tiempo lo paso en la más absoluta de las soledades, llorando.  Así es mi vida.
Carta de Sade a Renèe.
Detenido, es conducido a la fortaleza de Vincennes y allí permanecerá hasta que en 1784 es llevado a La Bastilla. Una y otra fortaleza permanecían prácticamente deshabitadas, acogiendo a muy pocos presos. Las fortalezas estaban destinadas a miembros de las clases altas, en Vincennes coincidirá con Mirabeau, también preso por otra letrre cachet solicitada por su padre alegando desacato a su autoridad paterna.
Si las condiciones de estas fortalezas no eran las mismas que las de las cárceles destinadas a las clases bajas, en las que se hacinaban los presos en condiciones infrahumanas —Sade «disfrutaba» de una celda para el solo y tenía, por ejemplo, derecho a que se le proporcionara leña para calentarla—, las condiciones de su encierro fueron lamentables. Permaneció incomunicado durante los primeros cuatro años y medio. Hasta entonces no permitieron que le visitase Renèe. Según su propia descripción, permanecía permanentemente encerrado en su celda, con la única visita diaria del carcelero encargado de pasarle la comida. Mirabeau describe sus celdas: «Estas habitaciones estarían sumidas en la noche eterna si no fuera por algunos trozos de cristales opacos que ocasionalmente permiten el paso de unos débiles rayos de luz». Y, sin una sentencia que delimitase el tiempo que estaría encerrado, lo estuvo sin conocer el alcance del mismo.
Durante los años de encierro, su casi único contacto con el mundo fue Renèe –también mantenía correspondencia con su sirviente «Martín Quirós», con su preceptor el padre Amblet y con una amiga del matrimonio, mademoiselle Rousset.
Los esfuerzos de Renèe, desde el mismo momento de su encarcelamiento, estuvieron dirigidos a conseguir su libertad, incluso volvió a planear otra fuga: «En esta ocasión no deberemos escatimar gastos. Habréis de ocultarlo en un lugar seguro.  Bastará que me indiquéis el día que regresa a París con los guardías» (coincide que Sade se fugó de regreso de Aix con motivo de la revisión del proceso, permaneciendo huido casi mes y medio). También visita a varios ministros para que la autoricen a visitarlo. Ignorando su paradero, se desplaza día tras día a La Bastilla para intentar verlo. Hasta pasados cuatro meses no sabrá que se encuentra en Vincennes.
Renée y Sade mantendrán una continuada correspondencia durante los trece años de encierro. En la primera carta, enviada dos días después de su encierro, Renée le escribía: «¿Cómo has pasado la noche mi dulce amigo? Yo estoy muy triste aunque me dicen que estás bien. Sólo estaré contenta cuando te haya visto. Tranquilízate, te lo ruego». Sade le responde:


Desde el instante terrible en que me arrancaron tan ignominiosamente de tu lado, mi querida amiga, he sido víctima del sufrimiento más cruel. Me han prohibido darte detalles sobre esto, y todo lo que puedo decirte es que es imposible ser más desgraciado de lo que soy. Ya he pasado diecisiete días en este horrible lugar. Pero las órdenes que han dado ahora deben de ser muy diferentes de las de mi reclusión anterior, porque la manera de tratarme no se parece nada a la de entonces. Siento que me es totalmente imposible soportar más tiempo un estado tan cruel. La desesperación se apodera de mí. Hay momentos en que no me reconozco. Siento que estoy perdiendo la razón. La sangre me hierve demasiado para soportar una situación tan terrible. Quiero volver mi furor contra mí mismo y si no estoy fuera dentro de cuatro días, estoy seguro de que me romperé la cabeza contra los muros.
Carta de Sade a Renèe fechada el 8 de marzo de 1777, Lever, 1994, pág. 263.
Renée será durante estos años su principal y casi único soporte. Se traslada a París y se instala en el convento de las carmelitas al que se retiró la madre de Sade y, posteriormente, a otro más modesto en compañía de mademoiselle Rousset. Enfrentada a su madre, ésta le retira todos los fondos. Las privaciones no le impiden que atienda todos los requerimientos de Sade, le envía comida, ropa, todo aquello que le solicita, lo que incluye libros, y se convierte en su documentalista amanuense y lectora de sus obras.
Sade sufrirá durante su encierro repetidos accesos de carácter paranoico en los que incluirá a Renée, acusándola en ocasiones de haberse alineado con la madre de ésta y los que querrían mantenerlo encerrado de por vida. Sin saber hasta cuándo estará encerrado y quiénes están detrás de su encierro, hará cábalas intentando relacionar números y frases como claves que le digan cuándo acabará su encierro.
Se dedicó principalmente a leer y escribir. Llegó a reunir una biblioteca de más de seiscientos volúmenes, estando interesado por los clásicos, La Fontaine, Bocaccio, Cervantes y principalmente Voltaire y Rousseau. No sólo se interesa por la literatura, en su biblioteca también figuran libros de carácter científico, como la Histoire naturelle de Bufón. Y escribió sus Cuentos, historietas y fábulas, la primera versión de JustineAline y Valcuor y otros manuscritos que se perdieron cuando fue trasladado de La Bastilla a Charenton. En su vocación literaria le acompañará, al menos hasta después de su traslado a La Bastilla, el padre Amblet, el que fuera su instructor y que posteriormente mantuvo a su servicio, quien le aconseja y le hace la crítica; también se encarga de la selección de libros que debe enviarle Renèe: «Os ruego que sólo consultéis a Amblet en la elección de los libros y consultadle siempre, incluso sobre lo que pido, porque pido cosas que no conozco y algo puede ser muy malo».
A principios de 1784 es cerrada la fortaleza de Vincennes y Sade es trasladado a La Bastilla. Se queja de haber sido trasladado por la fuerza y de improviso a «una prisión donde estoy mil veces peor y mil veces más estrecho que en el desastroso lugar que he abandonado. Estoy en una habitación cuyo tamaño no llega a la mitad de la de antes y en la que no puedo ni darme la vuelta y de la que sólo salgo unos minutos para ir a un patio cerrado donde huele a cuerpo de guardia y a cocina y al que me conducen con bayonetas caladas en los fusiles como si hubiese intentado destronar a Luis XVI».
Sade no fue un preso conformista y protagonizó diversos enfrentamientos con sus carceleros y los gobernadores de las fortalezas. El 1 de julio de 1789, dos semanas antes de la toma de La Bastilla, alzándose para alcanzar la ventana, con el tubo destinado a evacuar las heces, lo asomó por la ventana y utilizándolo a modo de altavoz, incitó a la muchedumbre que se manifestaba en los alrededores a liberar a los presos que se hallaban en la fortaleza. A la mañana siguiente el gobernador de La Bastilla escribió al gobierno:


Como sus paseos por la torre se habían suspendido debido a las circunstancias, al mediodía se aproximó a la ventana de su celda y comenzó a gritar con todas sus fuerzas que los prisioneros estaban siendo asesinados, que se les cortaba el cuello y que había que rescatarlos de inmediato. Repitió los gritos y las acusaciones en varias ocasiones. En estos momentos resulta sumamente peligroso mantener a este prisionero aquí. [...] Creo que es mi deber, señor, advertiros que es preciso trasladarlo a Charenton o a alguna institución similar, donde no suponga una amenaza para el orden público
Carta de De Launay, Gobernador de La Bastilla, al viceministro.
Sade era en esos momentos casi el único preso de La Bastilla. Cuando el 14 de julio es tomada, ya no se encuentra allí. La noche siguiente a la carta del gobernador los carceleros irrumpen en su celda y, sin permitirle recoger sus pertenencias, lo trasladan al manicomio de Charenton. En el traslado y la posterior toma de La Bastilla pierde 15 volúmenes manuscritos «listos para pasar a manos del editor». A principios del siglo XX apareció, en un rollo, el manuscrito de Los 120 días de Sodoma, que se relaciona con alguno de estos volúmenes.


En La Bastilla trabajé sin cesar, pero destrozaron y quemaron todo cuanto había, por la pérdida de mis manuscritos he llorado lágrimas teñidas de sangre. […] Las camas, las mesas o las cómodas pueden reemplazarse, pero las ideas… No, amigo mío, nunca seré capaz de describir la desesperación que me ha provocado esta pérdida.
Carta de Sade a su administrador.
El 1 de abril de 1790 sale Sade en libertad en virtud del decreto que la Asamblea Revolucionaria dictase el 13 de marzo de 1790 aboliendo las letrres cachet (la presidenta aún contemplaría la posibilidad de admitir excepciones con el fin de permitir que las familias decidieran sobre el destino de los presos). Cinco días después visitan a Sade sus hijos a los que no había visto durante todo su encierro. Cuentan 20 y 22 años. Una de las preocupaciones de Sade durante su encierro fue la de que «la presidenta» no decidiese sobre su futuro. En 1787, trascurridos diez años de su encierro, Sade perdió su patria potestad. Ese día le permitieron a Sade que cenase con ellos.